Penetrar en el interior y zigzaguear por sus calles, infestadas de viviendas blasonadas de los siglos XVI y XVII, ya es en sí misma una experiencia diferente. Probablemente esta ciudad ofrezca lo más similar a transportarse a la Edad Media. Tal es la conservación de su patrimonio arquitectónico que Olite y su castillo son un reclamo turístico de primer orden. Nos transportamos por los vales del norte de Navarra para descubrir cinco pueblos llenos de encanto. Calles empedradas; arquitectura popular de la montaña; viviendas palacio y inmuebles señoriales; canales por los que corre agua cristalina; y más que nada, en cada horizonte, un mar de montañas y prados verdes que redondean la idílica imagen.
Ambas son de exactamente la misma temporada, consagradas con un día de diferencia en el mes de diciembre de 1123. Su estilo lombardo las hermana con el norte de Italia, de donde procedían los maestros que edificaron los templos de Boí por orden de los señores de Erill. En esa época Taüll era uno de los accesos mucho más recorridos al valle, de ahí su nombre, que deriva de la expresión vasca Anuda-Uli, «el pueblo del puerto». La localidad llegó a tener una tercera iglesia, Sant Martí, de la que solo quedan algunos restos. Tan pequeña como cautivadora, la localidad asturiana de Taramundi, limítrofe con Galicia, vive inmersa desde tiempos inmemoriales en el reino del agua, entre ríos, arroyos y cataratas. Este elemento natural enciende de vida un paisaje en el que se destaca el verde profundo y se ha brindado como una herramienta escencial para el hombre que ha habitado estas tierras y que aprendió a dominarlo para su beneficio.
Olite Y Su Castillo
De todas formas, no puedes dejar de pasear por las calles de la ciudad para conocer sus varios edificios civiles y religiosos, originarios de la época de enorme esplendor medieval de la ciudad. La villa de Amaiur, asimismo denominada Maya, se encuentra en el bucólico valle de Baztán. El pueblo, al que entramos por un singular portal con el escudo de armas de la villa, se prolonga cerca de una calle primordial protegida por grandes viviendas blasonadas. Entre ellas destacan la Casa Arriada o los palacios de Arretxea y de Borda, los dos del siglo XVI.
Sin embargo pocos saben que su interior es una amalgama irreprimible de prados, ríos, montañas y bosques. En esta explosión de naturaleza asoma Mondoñedo, una villa que logra robarle a su entorno algo de protagonismo gracias a sus callejuelas y monumentos. Parada ineludible para esos peregrinos que andan por la ruta del norte del Camino de Santiago, esta villa fue antigua sede episcopal. La plaza de la Catedral, donde convergen prácticamente todas las calles del pueblo, está presidida por la testera del templo construido en el siglo XIII, en cuyo interior resaltan pinturas murales del gótico.
Olite
Pasear por sus calles es casi como detenerse en el tiempo, pues su trazado se ha mantenido sin importantes cambios desde la Edad Media. El pueblo, de no mucho más de 50 pobladores, consta de una calle principal empedrada que finaliza en la plaza Mayor, justo en la base del castillo. A ambos lados medra una pequeña ciudad con casas construidas con madera de sabina y adobe.
Desde septiembre hasta diciembre festejan un Mercado del Pimiento, donde productores de la zona dan a conocer, además de esto, otros manjares de la huerta navarra. Y sin salir del medievo llegamos a Artajona, que desde la lejanía se distingue por el perfil impotente de El Cerco, un conjunto amurallado medieval del siglo XI. Nada menos que nueve torreones almenados y coronados por la iglesia-fortaleza de San Saturnino, del siglo XIII, declarada Monumento Histórico Artístico.
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No viajaban para llevar a cabo de turismo, sino intentando encontrar un lugar saludable para la tuberculosis de Chopin. Se alojaron en la cartuja de Valldemossa y como era de esperar, no terminaron de cuadrar entre los habitantes, para nada familiarizados a las prácticas «modernas» de la pareja. El telón de fondo es increíble y el cambio de estaciones surte auténticas maravillas en él. El invierno es de postal, si bien la primavera no se queda corta, y el río Guadalaviar que la circunda tiene una parte de culpa. Forma un fabuloso destino para el turismo activo, siendo perfecto para la escalada boulder –enormes bloques, sin cuerda– y el senderismo se ajusta a todos y cada uno de los deseos y edades. También se puede gozar de turismo gastronómico, puesto que en las montañas que lo envuelven se hallan multitud de queserías que generan queso con nombre propio y gran prestigio.
Entre las creaciones mucho más señoriales resalta el Palacio Real, donde se alojaba el rey de Aragón en el momento en que visitaba Montblanc, y el Palacio del Castlà, residencia del gerente militar de la Corona. El patrimonio espiritual cuenta con tres conventos –en uno se alojó san Francisco de Asís–, la iglesia románico-gótica de Sant Miquel y la de Santa Maria, de origen gótico y añadidos barrocos. En un gran meandro del Ega, entre Pamplona y Logroño, se abre paso esta villa nacida en sus riberas merced al trasiego de los peregrinos del Sendero de Santiago. Desde ese instante, Estella-Lizarra empezó a llenarse de palacios, castillos, viviendas señoriales, iglesias y conventos que a día de hoy hacen de este pueblo uno de sus mayores atractivos.
Zugarramurdi
En la cima, el Castillo de los Condes de Benavente del siglo XV se convierte en un balcón con vistas al río Tera y a la ciudad. Los muros blancos, los tejados a 2 aguas, los balcones de madera y el sillar rojizo de vanos y esquinas caracterizan el paisaje de las calles de Elizondo, en el que sobresalen singularmente las viviendas señoriales y palacios del vecindario viejo. Puente la Reina/Gares se encuentra a solo 22 km de Pamplona y, como su nombre indica, su puente románico sobre el río Arga es su primordial seña de identidad.
A estas alturas ahora se empiezan a intuir las vistas que se abren completamente en el mirador del Alcarcel, en este caso sobre el pantano, y en la puerta de Vecindario, que se asoma a un pequeño valle. La brisa marina entra por el puerto, se cuela entre las angostas calles del núcleo urbano, trepa por las empinadas y adoquinadas cuestas y asciende hasta la parte alta de esta villa. Desde allí, el mirador de San Roque da unas magníficas vistas al Cantábrico. Precisamente a este mar debe prácticamente toda su historia y esplendor Lastres, pueblo pesquero por excelencia. Un espigón de 55 m resguarda del embate marino un puerto que es referencia en la región, cuya actividad halla el momento cumbre en la subasta diaria que tiene rincón en la lonja. Anteriormente el fortín de El Castillo, del que hoy unicamente se preservan ciertos restos, actuaba como defensa contra los ataques piratas.